Vengo a hablaros de una boda que empezó al grito de ¡vivan los novios! y al tiro afinado de arroz; y acabó sin ropa pero con piscina y familia.
Empezaré escribiéndole a algo sin sentido,
algo como el amor de treinta y siete años,
como a los nueve años de noviazgo
y las veintisiete vidas de casados,
como los comienzos que no encuentran un fin
y como las personas que están ciegas de querer
y van por el mundo sin bastón.
Luego, os escribiré a vosotros,
papá y mamá,
que sois el perfecto ejemplo de héroes,
que jugábais por las calles a odiaros
sin saber que compartiríais el resto de vuestros días.
Escribiré a papá sólo para decirle
lo indecente que era por levantarte la falda y salir corriendo,
por mirarte al culo en vez de a los ojos.
Por hacerse el chulo delante de sus amigos
y abrirse el pecho por ti,
pero hacerlo en silencio.
Escribiré a mamá por la paciencia que tenía contigo
y por las hostias de mano abierta que se guardó en el bolsillo.
Por rechazar a cientos y aceptar a uno,
por querer a capa y espada ante las adversidades.
Pero sobretodo,
os escribiré juntos
como esos que convencieron a unos padres de que era para siempre,
de que merecía la pena compartir sus vidas
y lucharon entre bailes y películas por lo que más querían,
-por ellos-
como aquellos que aprendieron lo que es la vida a base de errores,
a base de golpes que dejan moratones y secuelas
y aún así,
supieron sacar adelante a dos pequeños insolentes
que no hacían más que meterse en problemas,
que retar los castigos con pícaras sonrisas
y escupir mentiras para salirse con la suya,
pequeños insolentes que han crecido para veros
y ahora no saben hacer otra cosa que quereros.
Aprendisteis a pasar los mejores veranos de vuestras vidas
en buena compañía,
entre chapuzas de los años 80;
en pequeñas tiendas de campaña
donde las noches se os hacían eternas
y entre olas de agua salada
donde revolcábais vuestros miedos.
También aprendisteis a enseñarnos lo que es la vida
cuando con la mano decíamos adiós a cada tren que pasaba,
porque al fin y al cabo es eso,
una infinidad de trenes que pasan
y no esperan nuestra llegada,
pero afortunadamente tienen un motor común,
os tienen a vosotros.
También nos enseñasteis lo que es el amor a base de sonrisas
y noches en vela,
lo que es el amor hacia unos padres
que es el único verdadero.
Nos habéis enseñado tanto
que no sabemos por dónde empezar a quereros
y solemos desesperaros con nuestra desobediencia
y malos modos,
estamos en la edad, supongo.
Pero sabéis que a quereros no nos gana nadie,
que podemos presenciar las mayores guerras
y convertirlas en treguas cuando estamos juntos;
y ahora a nosotros
solo nos queda daros las gracias por darnos la vida,
pero sobretodo,
por daros la vuestra.