Qué fácil es escribir a los demás cuando no me echo de menos.
Nunca os he hablado del corazón roto,
vacío,
vagabundo.
Tampoco de como he aprendido a querer con cada uno de sus trozos,
ni de las heridas que éstos me han originado,
porque a veces es mejor sentir dolor que no sentir nada.
Me he empeñado en andar firmemente sobre el asfalto,
porque ya acabé con todas las flores del mundo por andar con pies de plomo.
Y caigo veinte veces seguidas
y a la siguiente,
ya ni duelen las rodillas.
Que todo lo que cura,
duele.
Por eso estarás curando.
Aún recuerdo cuando me corté las alas porque me daban miedo las alturas,
y luego me cuelgo de cualquier puente.
Dónde están mis alas.
Quiero volar cerca de casa.
A tus piernas.
Y no voy a mentirte.
Estoy durmiendo desnuda porque las mujeres dormimos desnudas cuando creemos que vamos a echar de menos.
Cuando nos equivocamos.
Ya estoy acertando de nuevo.
Y déjame ya en guerra,
que si me hago coleta es porque no quiero soltarme la melena.
Tengo ojos tristes abiertos al público.
Tú eres privada.
Nos mintieron.
Decían que el amor estaba a la vuelta de la esquina.
Nadie dijo que tú y yo caminábamos en línea recta.
Siempre.
Y como nunca empecé a desconfiar en mí.
Y esa fue la primera tontería.
El error fue confiar en plural.
Más vale desconfianza en mano
que corazón parado.
Nos confiamos.
Ya no sé escrivirte porque siempre faltas.
Y yo también falto,
ortográficamente.
Y como dijo Irene X,
"las chicas se pintan las uñas como simulando estar de puta madre".
Tengo a la derecha el esmalte vacío
y a la izquierda la ventana.
Ahora vengo,
voy a tirarme.
Y no a ti.
Tengo que acabarte porque la vida sigue
y ya varios clavos han pinchado mis ruedas.
Andaré a partir de ahora,
con ruedas de plomo.
Lo siento por las flores,
pero mi corazón lo necesita.
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