Una tarde cualquiera
el amor llamó a su puerta
y ella le abrió entusiasmada
porque no sabía el portazo que se llevaría en la cara.
Empezó una nueva vida
una etapa que parecía maravillosa
dos hijos que alegraban día a día
y un marido que dejaba mucho que desear.
Hasta que pasó aquella noche
llegó no se sabe muy bien la hora
y apestando a putas
con colonia de ron
y sólo a él se le ocurrió levantarle la mano
y joderle el futuro de una hostia.
Y ella no reaccionó
joder le quería, qué iba a hacer
su vida estaba con él.
Esta sólo era la primera
de tantas hostias
que tirarían su vida por el mayor precipicio
acompañada de la dignidad de él.
Y no lejos de avergonzarse
a la noche siguiente ocurrió igual
una buena paliza, y a dormir
que eso de hacer el amor
si es que alguna vez ha conocido esa expresión
ya lo traía practicado del bar.
Y para qué iba a dejarle salir,
alguien tan despreciable como ella
no tenía absolutamente nada que hacer en la calle.
Y sus hijos
lo mejor era que aprendieran de la vida
y sufrieran en primer plano
como le daba una paliza a su madre.
Que la vida es dura
y hay que pegarle un par de hostias.
Y de las hostias
surgieron violaciones
que no era suficiente con follarse a otras
y ya que le destrozaba la vida
iba a hacerlo bien.
Lo que él no sabía
es que un día el sol
iluminaría sus retinas hasta hacerlas sangrar
justo el día en el que ella decidiera frenar.
Ese día llegó.
Y desde entonces
la vida es mucho más bonita
el sol sale por donde quiere
y la noche ya no le asusta;
los valientes
son los más hijos de puta de los cobardes
y el amor, desde entonces el amor
viene con manual de instrucciones
y con una buena hostia debajo del brazo.
Valiente hijo de puta
que disfrutaba al ver correr la sangre.
Y ellos no fueron felices
ni comieron perdices;
pero ella aprendió que los cobardes
también tienen lugar en este mundo
y que podemos meterlos
en el saco del desprecio.