miércoles, 25 de marzo de 2015

Estoy triste.

'Estoy tan triste que podría convencer a cualquiera de que no es para tanto.' Irene X.


Estoy triste. Eso es todo lo que quiero decir y diré aquí, que no tengo motivos pero me he levantado triste y es por eso por lo que hoy estoy triste. 

Pero es que no es sólo eso, es que estoy tan tan triste que el cielo se ha puesto a llorar en mi camino diciéndome que nada de lo que veo va tan bien como quiero verlo ni tan mal como vosotros me diríais que debería verlo. Total, que no está de puta madre, pero tampoco tenemos que matarnos a nosotros mismos. Aún.

No sé si alguna vez os han roto un plato por dentro en dos perfectas mitades y tras cinco días enteros en los que los habéis intentado unir habéis descubierto que era algo imposible. Pues imaginad lo triste que estoy. 

Estoy triste. Tan triste que ahora mismo tendría el valor de presentarme en tu casa para decirte que no eras tú la mujer con la que yo estaba haciendo el amor, que no eras tú porque jamás conseguí conocerte aunque yo estaba convencida de que lo estaba haciendo, convencida de ser tú la persona que se desperezaba con cara de oso que quiere sacarte las garras hasta matar y yo ser el gato manso que se dejaba hacer y hacer hasta despertarse como hoy, muy triste.

Estoy triste. Estoy tan triste que ahora mismo podría gritarte mirándote a los ojos lo triste que estoy y no serías capaz de escucharme. Sí, tú ríete, pero ya te digo yo que no podrías. Que me mirarías esa cara de confusión que siempre caracterizó tu vida. 

Porque estoy triste y no sé si me has escuchado aún, pero te aseguro que si ahora mismo intento mirarme en el espejo no me devolverá la mirada, no podré ver nada más en él que un cuerpo inerte flotando con la magia de la tristeza. Y luego podría meter los dedos en el enchufe y gritarte que parases, y tú seguirías sin oírme, y yo seguiría triste. 

domingo, 8 de marzo de 2015

Día cincuenta y nueve sin pensar en ti: háblame.

Estábamos contando los días para volver a vernos: treinta días, quince días, siete días, seis, cinco, cuatro, tres, dos, uno...tú.

Llegó el momento de la verdad, el momento de estar contigo, de besarte y acariciarte, de cerrarnos la boca para abrir las piernas, de subir la mano hasta el corazón y tocarnos con el dedo corazón. 

Volvimos a la estúpida costumbre de poner excusas malísimas en casa tipo "mamá, he perdido el último tren, así que hoy no podré ir a dormir" cuando ambas sabíamos que siempre los perdía porque yo quería que así fuera. 

Que perdía las formas, porque cómo no lo iba a hacer si te veía con la mano en mis labios perdiendo la cabeza, cómo iba a poder evitarlo. 

Y luego la nada.

La nada más absoluta, el salto al vacío en un agujero negro sumido en el espacio que hay entre tu casa y mi boca. 

Dijimos adiós a los besos, a los abrazos, a las estupideces que me contabas mientras yo fingía escucharte. 

Dijimos hola al miedo

Ahora, aquí dentro en este agujero seguimos intentando olvidar. 

Según un estudio que leí en noséquépáginaeinternet o que me acabo de inventar y suena la hostia de convincente, cuando pasas sesenta días sin pensar en una persona, automáticamente, la olvidas.

Te prometo que estaba a punto de conseguirlo, que estaba en la cúspide de tu olvido cuando llegaste tú con un "¿cómo estás cara de idiota?" y una carita de esas de whatsapp que sabes que me gustan tanto para acabar con todo, para derribar el muro que yo misma había construido y por el cual me prometí que jamás ibas a ser capaz de escalar. 
Pero ahí estás, encima de ese muro sonriéndome como si el mundo estuviera a tus pies, y digo como si estuviera porque por suerte, desgracia o pura intromisión sabes que así es. 

Así que, contra todo pronóstico de vida saludable, te voy a pedir algo, si ves que algún día llega eldíacincuentaynuevesinti, que ya sólo me queda ponerle la guinda al pastel de tu olvido, vuélveme a decir "¿cómo estás cara de idiota?" y entonces yo volveré a perder, y entonces tú seguirás tan guapa como el día que pensaste en mí por primera vez.