Hoy me toca a mí
darte las buenas noches
y se me ocurren otras formas mejores
ya sabes,
pero están fuera de mi alcance.
Hace tiempo llevo pensando
el por qué de tus reproches
pero no encuentro explicación
a tus excusas.
Y es que sabes que yo por ti
movía cielo y tierra,
jugaba a ser Moisés
para abrir las aguas
aunque me gustan más tus piernas;
pero hace tiempo amor,
que deje de entender
tus plegarias
y me dediqué a vivir
de tus excusas.
Dejé de dormir en tu ombligo
porque los centros no son lo mío
y la gravedad me asusta
casi tanto
como tus mentiras.
Y ahora que me pongo a recordar,
recuerdo tus descuidos
que conmigo eran precisos,
que no preciosos.
Ese lunar en la clavícula
con forma de corazón.
A mí me gustaba jugar
a unir sus puntos
mientras tanto tú,
tú descosías mi confianza
y la cosiste con suspicacias.
Recuerdo tus malabares
con mis sonrisas,
la provocabas
con la misma facilidad que la rompías.
Y así me dejaste,
hecha pedazos.
Recuerdo que eras,
el primer bocado de mi helado favorito,
la tostada de por las mañanas con mantequilla incluida,
el posponer la alarma cinco minutos más,
el primer trago de aquella cerveza,
en cualquier bar;
el beso de buenos días,
el polvo de después.
El de con sabor a cafeína,
y el de 'dame más'.
Que me quedaría en tu vida a vivir,
pero decidí comerte
y contarme ochenta,
que veinte
era demasiado poco.
Y ahora vivo porque me toca
no porque te haya comido.
Vivo porque quiero vivir
y morir en un buen ombligo,
alejada de la gravedad
y cerca de algún gemido.
Y mírate ahora,
eres simple casualidad.
Le reproché a la luna
tu adiós;
y se me atragantó la noche.