Nunca nadie ha hablado
del bote de champú
que está en el tercer estante de la ducha,
sí, ese que lo ve todo
y no dice nada.
Que sabes que anoche te vió
mientras bailabas de alegría
al ritmo de Extremaduro,
que sonrió tímidamente
cuando le cogiste
e inundaste de gallos su tímpano
para más tarde echar su pelo hacia atrás
y rociar su esencia en el tuyo,
y seguir cantando
gritando o bailando.
Y le abandonaste,
y él como siempre te espero hasta el día siguiente.
Y tú llegaste,
tiraste tu ropa
y él te vió llorar.
El agua salada
se veía mezclada con tu sudor.
Hasta que le cogiste
y esta vez con más delicadeza
se paseó por tu cabeza
y enfadado bajo hasta los ojos
a escocerte
que ya que lloras, hazlo con razón.
Y tú te cagaste en sus muertos;
qué culpa tendrán ellos
de que tú estés llorando.
Todo cambia tanto de un día para otro,
que a veces él se desconcierta.
Entraste veloz, fatigada
con alguien de la mano
y estuvisteis no se sabe cuánto
desvistiendoos en aquella pared,
sobre aquel lavabo.
Y entrasteis, aceleradas
y la humedad se confundía
a la altura de vuestras cinturas
y follasteis,
que es mucho más bonito que hacer el amor.
Y os tirasteis horas y horas
en aquella ducha
sonriendo como si fuera la primera vez.
Y te volviste a alejar
para volver cada día con una historia nueva
para que él te viera
y te escociera,
o diera media vuelta;
que un simple frasco de champú
también tiene vida ajena
sólo tenemos que saber dársela.
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