domingo, 23 de junio de 2013

Hablemos de la vida ajena de un frasco de champú.

Nunca nadie ha hablado
del bote de champú
que está en el tercer estante de la ducha,
sí, ese que lo ve todo
y no dice nada.

Que sabes que anoche te vió
mientras bailabas de alegría
al ritmo de Extremaduro,
que sonrió tímidamente
cuando le cogiste
e inundaste de gallos su tímpano
para más tarde echar su pelo hacia atrás
y rociar su esencia en el tuyo,
y seguir cantando
gritando o bailando.
Y le abandonaste,
y él como siempre te espero hasta el día siguiente.

Y tú llegaste,
tiraste tu ropa
y él te vió llorar.
El agua salada
se veía mezclada con tu sudor.
Hasta que le cogiste
y esta vez con más delicadeza
se paseó por tu cabeza
y enfadado bajo hasta los ojos
a escocerte
que ya que lloras, hazlo con razón.
Y tú te cagaste en sus muertos;
qué culpa tendrán ellos
de que tú estés llorando.

Todo cambia tanto de un día para otro,
que a veces él se desconcierta.

Entraste veloz, fatigada
con alguien de la mano
y estuvisteis no se sabe cuánto
desvistiendoos en aquella pared,
sobre aquel lavabo.
Y entrasteis, aceleradas
y la humedad se confundía
a la altura de vuestras cinturas
y follasteis,
que es mucho más bonito que hacer el amor.
Y os tirasteis horas y horas
en aquella ducha
sonriendo como si fuera la primera vez.

Y te volviste a alejar
para volver cada día con una historia nueva
para que él te viera
y te escociera,
o diera media vuelta;
que un simple frasco de champú
también tiene vida ajena
sólo tenemos que saber dársela.

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