Hoy quiero contaros algo, no es poesía ni ninguna mierda de esas. Es algo mucho más bonito, si cabe.
Cuando me he levantado, a las seis de la mañana, pensaba que hoy sería un día asqueroso. De ésos en los que prefieres no salir de la cama. Vístete, vete a trabajar, ve al hospital a contar ojos tristes, vete a clase y vuelve a trabajar. Sí, y vuelve a trabajar. Ahí se esconde toda la magia. Esperad, ahora podréis entenderme:
otro día más, a la una vuelta al trabajo pero esta vez, con un poco de lluvia. He entrado a la boca de renfe de siempre y he sacado papeles para comenzar a repartir. Casi no me había percatado de su presencia hasta que mis ojos se fijaron en sus manos: cansadas, con guantes de cuero y un libro rojo entre las ellas. Lo siento, pero no he podido evitar sonreír. Después le he mirado de pies a cabeza: zapatillas rotas y llenas de barro, pantalones demasiado gastados, chaqueta de plumas pero demasiado corta, barba de por lo menos cinco meses y sonrisa de por lo menos siete vidas. Tiene alma de gato, lo sé, lo he visto en su ojos azules, eran más bonitos que el cielo, cualquier persona podría ver su pureza a kilómetros de distancia.
No he podido evitar volver a sonreír, y he comenzado a trabajar. A veces, notaba como su tímida mirada se dirigía hacia mí, y yo no podía evitar mirarle.
-'Tome, mujer, por si le apetece ir a comer.'
-No, muchas gracias.
Y vuelvo a guardarme el papel en el taco que tengo entre las manos. Él ha sonreído y yo le he dedicado una mueca de felicidad.
Unos minutos más tarde, volvió a pasar lo mismo, pero esta vez quien se reía era yo. Y él, qué coño, él también.
Os juro que sin alojar ni un sólo diente en el enorme túnel que formaba su boca sabía sonreír. Es más, me atrevería a decir que nunca he visto una sonrisa más bonita.
-Oye tú, no te rías tanto. ¿Te gusta leer?
-Sí.
-¿Qué lees?
Y me acomodé justo a su lado, sentada en el suelo cuando él me mostró su libro. Rojo y fino, nunca había visto ese título antes.
-No sé qué libro es, ¿te parece entretenido?
-No, es un pestiño. Nada más que habla de amoríos.
-¿Y no tienes más libros?
-No, no he podido conseguir más.
-Umh. ¿Estás siempre por aquí?
-No, sólo cuando llueve.
-¿Y qué te parece si mañana, más o menos a esta hora te pasas por aquí, y yo te traigo un par de libros?
Os prometo que no he necesitado respuesta. Le brillaban los ojos, tenía una sonrisa entre las manos y en sólo veinticuatro horas tendría algunas más.
-Gra...gracias. Te estaría muy agradecido.
-No se hable más, voy a seguir trabajando.
Sólo me quedaban veinte minutos de trabajo, pero no aguantaba ni un segundo más. Quería saber más de él. Tenía la necesidad de saber más de él. Así que, volví a su lado.
-Y oye...¿tienes hambre?
-Bueno.
-¿Quieres que te traiga un par de hamburguesas?
-No, muchas gracias, tengo Filipinos de chocolate.
Justo ahí se me escapó una sonrisa. Él la respondió amablemente.
-Pero, mira qué frío hace. Piensa en unas hamburguesas calientes, ¿de verdad que no te apetecen?
-La verdad...
-Venga, ¿de pollo o de carne?
-Puestos a elegir, prefiero carne.
-¡Ya está! Tardo veinte minutos, espérame eh.
Su sonrisa consiguió apartar a todas esas asquerosas nubes, y mi felicidad parecía que quería volar.
Y así he hecho, he volado hasta el Burger más cercano y he pedido dos hamburguesas. A mi vuelta, seguía ahí, sentado, leyendo.
-¡Hola! ¡Aquí tienes, tu comida!
-Muchas gracias.
Sé que no podía pronunciar palabra, pero yo tampoco. Ahí estábamos los dos, sonriendo. Como si fuéramos dos niños pequeños montando en su bicicleta nueva por primera vez.
-¿Quieres que hagamos un trato? Todos los miércoles quedamos aquí, a esta hora, tú me traes los libros que te dejé la semana anterior y yo te traigo nuevos. Me ofrezco a ser tu biblioteca humana.
-¡Acepto! ¡Trato hecho! ¡Mañana no me falles eh, que ya me has dejado con los dientes largos!
Y justo ahí, me he girado. He respirado hondo, he sonreído profundo y he vuelto a mirarle mientras bajaba las escaleras mecánicas. Ojalá hubierais visto su sonrisa. De oreja a oreja. Ojalá hubierais visto la mía.
Ahora tengo dos cosas que hacer hoy: pensar un par de títulos, y haceros saber que en el mundo, aún queda esperanza. Porque si algo puedo asegurar y aseguro, es que, la imagen no lo es todo. Y prefiero mil ropas viejas y agradecidas, a una corbata chillona y repugnante. Porque debajo de las imágenes más feas, se esconden los mejores corazones.
Y esta entrada la hago sonriendo, y os pido que la leáis. Por primera vez os lo pido: quiero que me leáis. Quiero que seáis capaces de imaginar su sonrisa bajo esa gran maraña de barba. Y que por favor, nunca dejéis de tener esperanza. Porque en cualquier rincón, en cualquier mano vieja o en cualquier ropa arrugada seréis capaz de encontrarla.
Yo ya la encontrado, y creo, que a partir de hoy, mi día favorito será el miércoles.