No sé exactamente qué pasó,
pero los días me pesaban
casi tanto como esa boca
que jamás has llegado a morder;
no sé exactamente qué pasó
y todo se tiñó de gris
me sentía en los ojos de un perro
entre la marea de tanta gente
que intenta decirte cosas
pero no te dice nada.
Sólo sé que algo no pasaba
que estaba totalmente estancado
y empezaba a oler a putrefacto.
Sólo sé que la gente creía en brújulas
en medias lunas a medio día;
que creían en el amor
y en los monstruos de debajo de la cama.
Que creían a los poetas
en vez de a la poesía
e ingenuos pensaban
que las musas, algún día, llegarían a ser algo más.
Sólo sé que la gente creía en fantasmas
y en cementerios a medio acabar,
en la vida después de la muerte
y la muerte antes de la vida.
Sólo sé que me faltaba por creer en algo
en alguien, o en mí.
Me hablaron del tiempo
como si él fuera oro
y la verdad, amigo,
que no se equivocaban.
Pero nadie habló nunca
con quién queremos compartir ese oro,
con quién queremos hacer
que nuestro tiempo corra vertiginosamente
-créeme, que esté parado es una putada-
Y el tiempo a su vez
me habló de ti;
de tus gemidos en camas ajenas
y tus desconocidas ansias de mí.
De tu culo, de ti.
En un arrebato de valentía
le pregunte:
¿por qué te paras tiempo
si el roce de su cuerpo
es lo que pone en funcionamiento mis agujas?'
Y una suave brisa me abofeteó la cara
empezando el reloj a dar tumbos
como si quisiera cobrar vida propia.
Y la cobró,
le rocé
me rozó.
Y desde entonces
nadie se atrevió a decirme
que el tiempo es oro,
el tiempo sólo lo conoce él
y sus gemidos a media noche.
El tiempo, tiene su nombre.
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