Un día cualquiera
decidí sobrevolar el cielo
ya ves, este peligroso atrevimiento
y esta innata osadía.
Y bueno,
me lancé de golpe
provocando un vértigo acojonante
y sin paracaídas.
Supongamos que el de emergencias no es válido,
que las emergencias están en tus caderas
y en mis dedos son la salida
de esta entrada tan abrumadora.
Supongamos que no soy la de después
ni la de antes;
supongamos que sólo soy
y que tú no existes.
Y ya, puestos a suponer
supongamos que hago magia con mis dedos
y de tan sólo un chasquido
aparece un conejo de mi sombrero.
O supongamos que la magia no existe,
pero tú tampoco.
Supongamos que estoy intentando huir
y disimular a la vez.
Me estoy intentando arreglar sola,
aún a sabiendas
de que tengo asuntos pendientes en tu espalda,
asuntos pendientes que muerden
las cuentas que no llegamos a saldar.
Asuntos pendientes
en un tejado maltrecho
de este corazón indigente.
Disimula,
dueleme un poco.
Correr es de cobardes,
huir a tiempo de valientes.
Pero ya ves,
esta vez el miedo me ha ganado la partida
y estoy en el primer puesto
al final de la tabla.
Temiendo,
temiéndote,
temiéndonos.
Ahora sólo disimula,
y arreglame los rotos;
pero por favor
no existas;
que las casualidades no me gustan
y las coincidencias nunca me llevaron por el buen camino.
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