te lo prometo;
lo sé porque cada noche
justo cuando soltabas tu primer suspiro
yo me entretenía contándolas,
una a una.
A veces contaba trescientas cincuenta y ocho,
otras veces contaba quinientas sesenta y cuatro
y otras tantas no contaba
porque metías tu mano entre mis piernas
y podía tocarlas yo misma.
Tú también tenías fuego en la mirada
te lo prometo;
lo sé porque cada vez que me mirabas
mis piernas querían echar a correr
pero las derretías y se quedaban inmóviles,
esperando a ser arrolladas por tus zapatillas negras
y por tu absurda manera de caminar.
Tú también tenías terciopelo en las manos
te lo prometo;
lo sé porque conseguí contar las noches
en las que me acariciabas antes de dormir,
ciento cuatro si la memoria no me falla
y dudo que me equivoque,
porque cuando se trata de ti
no deja ni un sólo margen de error.
Me acariciabas de arriba a abajo,
de abajo a arriba,
de izquiera a derecha,
de derecha a izquierda,
y siempre,
en la novena caricia
te quedabas en tu casa
que estaba justo cinco dedos
debajo de mi ombligo.
Tú también tenías acero en las piernas,
te lo prometo;
lo sé porque cada vez que dabas un paso
me hacías pensar que no era en falso,
te creía al caminar
aunque tus gestos dijeran todo lo contrario.
Tú también tenías agua en la sonrisa,
te lo prometo;
lo sé porque quería beberte
constantemente,
en los días nublados
y en los días más calurosos de todo el verano.
Tú también me tenías a mí,
te lo prometo;
lo sé porque aún sé que te quiero
aunque no sea capaz de recordarlo.
Quizá tenía todo eso, pero tú tenías -y tienes- algo mejor: ese maldito don que logra hacer de la distancia versos, del amor suspiros, del dolor olvido y nostalgia del recuerdo. Así que gracias, de verdad; por querer, por escribir, por dar.
ResponderEliminarUn abrazo enorme.
filosofosdeloabsurdo.blogspot.com