domingo, 17 de agosto de 2014

Quizá puedas entenderme.

Si me voy lejos es porque quiero echarte de menos, quiero echarte tanto de menos que tenga que morderme las uñas a todas horas, tanto tanto que no pueda rascarme la espalda pensando que lo estás haciendo tú. 
Pero eso no es todo, quiero echarte tanto de menos que tenga que conspirar con muchísima premeditación y alevosía contra mis sentimientos y ser juzgada cuando aparezca tu sonrisa en ellos; que si por algún casual alguien me coge la mano no suelte esa sonrisa de gilipollas pensando que eres tú quién se está paseando por mis huellas dactilares. 
Echarte de menos a nivel experto, a un nivel que ni tú ni nadie pueda superar, que ni yo misma pueda superar, ese nivel que alcanzas cuando las cosas te salen del todo mal.
Quiero echarte de menos aquí y allí, en la cama y en el mar, echarte de menos sin saber por qué pero sabiendo siempre por qué no te lo diría jamás. 
Echarte de menos incluso por encima de toda tu nostalgia y de toda mi tristeza, superar límites en cuanto se traten de ti o de cualquier estúpida cosa que tenga que ver mínimamente contigo, por ejemplo, sentarme enfrente de la tele a no escucharla o tener en la mano una cerveza y no beberla. 
Yo que sé que al fin y al cabo todo es echarte de menos, así que yo quiero echarte de menos porque quizá, esa sea la única manera de no echarte de mi vida.

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