martes, 4 de febrero de 2014

No nos pongamos tan dramáticos.

Hoy he mirado la alarma justo un minuto antes de sonar, y he cerrado los ojos de nuevo.

Como cuando sabes que es la última noche con una persona y no paráis de abrazaros,
de follar,
de besaros.
O como los tres segundos antes de correrte, esa sensación de placer y dolor.
Los tres segundos de después.
Como cuando pegas el último mordisco a tu bocadillo de jamón y después soplas las migas que has dejado en la chaqueta.
Como la última cucharada de tu postre favorito,
como mi última cucharada de la tarta de queso.
Como esos tres segundos en la ducha en los que el agua sale completamente fría y te atreves a soltar un pequeño grito.
O como cuando vas en el metro a hora punta y llegas a tu parada,
y te bajas.
Como cuando tu madre te echa una bronca horrible y por fin, después de media hora gritando, se calla.
Como cuando te dicen que quedan cinco minutos en la clase que odias:
y suena el timbre.
Como el último día de trabajo antes de las vacaciones de verano.
Como el último partido de liga, ése que siempre acaba en ducha y alcohol.
Como los últimos diez minutos en un viaje de seis horas:por fin vas a verla después de tanto tiempo.
O como cuando se va para no volver y te besa, el último beso de despedida, joder, el último abrazo de despedida.
Como aquella noche en la parada de autobús, cuando tú me mirabas los labios y yo no tenía cojones de besarte.
Como la última vez que te pienso al día, que es la que precede a la primera.

No seamos tan dramáticos y esforcémonos en poner los cinco sentidos en pensar que los finales, sí son para tanto. Para tanto sonreír. Porque al fin y al cabo, el último polvo siempre va a ser el polvo de tu vida.

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