¿Qué probabilidad hay de que permanezcas junto a mí si te pido que me beses, que decidas quedarte?
Lo siento, pero es que no me puedo creer que no te hayas dado cuenta de cómo miro tus labios. Como un suicida en la azotea del Círculo de Bellas Artes. Como el que admira a un cerezo en primavera. Como un ciclista llegando a la línea de meta. Como un asesino en la cárcel.
Qué pasaría si en un descuido, me cuelgo de tus labios y me precipito a la catarata de tus piernas. Si de golpe ponemos todos los semáforos en rojo y la gente aplaude mientras nos besamos.
Imagínate que vuelves sin tan siquiera haber estado nunca. Que eso es lo malo de que nunca te hayas ido: que tampoco te has quedado.
Quién me diría que estaríamos así. Que no estaríamos pero sin embargo, moriríamos de ganas por estar. Que muerto el perro, no se acabó la rabia. Que tú me has matado ya varias veces y mis ganas de quererte siguen intactas.
Si quieres, si no te atreves, si ves que no me atrevo, podemos dejarnos pasar. Como el que pierde un tren en su puta cara y después nunca más vuelve a pensar en él. Pero te aviso, nos arrepentiremos de haberlo hecho. Al saltar, me acordaré del vacío enorme que vestían tus manos. Al besar, te acordarás del recelo con el que mis dientes se mordían el labio.
Y es que fíjate, presta sólo un poco de atención, he censurado todos los monólogos que hace mi mirada cuando te tiene delante por escándalo emocional. Pero tú puedes seguir como si nada. Como si acaso tus manos no hablasen por ti.
¿Quieres oír un consejo? Aprende a mentir.
Piénsalo menos de lo que me piensas a mí, pero toda esa gente ya está preparada para aplaudir.
No hay comentarios:
Publicar un comentario